(una mirada personal cruzada con datos de Argentina y EE. UU.)
1. Infancia: cuando la fuerza manda
Mis primeros recuerdos de hostigamiento vienen del pre-jardín: un tobogán era “territorio” de los chicos más grandotes y, para usarlo, había que bancarse empujones. No es sólo una anécdota aislada: en la Argentina dos de cada tres chicas y chicos dicen haber sufrido bullying, y la escuela es el principal escenario (77 %) Ministerio Público Tutelar. El último informe de la ONG Bullying Sin Fronteras calcula al menos 270 000 casos graves entre 2023 y 2024, colocando al país tercero en el ranking mundial bullyingsinfronteras.blogspot.com.
En EE. UU., la Youth Risk Behavior Survey 2023 muestra que el 19 % de los estudiantes de secundaria fue intimidado en la escuela durante el último año (subió cuatro puntos desde 2021) CDC. Aunque el porcentaje es menor que en nuestro contexto, la curva ascendente refleja que la violencia entre pares va rebotando –igual que un chicle pegado al zapato– en distintas culturas.
2. Adolescencia: el cuerpo como blanco
Ya en secundaria mis labios “demasiado” gruesos viraron en motivo de burla cotidiana. No sorprende: la apariencia física es una de las causas más citadas de acoso en la pubertad. El reporte de la CDC detalla que 1 de cada 5 chicas estadounidenses declaró haber sido víctima de bullying electrónico en 2023 CDC, un tipo de agresión que escala rápido cuando el cuerpo o la sexualidad entran en juego. En la Argentina, la misma ONG BSF estima que 7 de cada 10 niños/as padecen alguna forma de bullying o ciberbullying a diario El Litoral.
La presión estética, potenciada por redes sociales, mezcla discriminación y reforzamiento de estereotipos: peso, rasgos faciales, color de piel. Es la fase donde el “no encajar” duele el doble porque se busca pertenecer.
3. Vida adulta: bullying corporativo y autoritarismo de oficina
Crecer no garantiza paz: en 2024 el Workplace Bullying Institute encontró que el 32 % de los adultos en EE. UU. dice haber sido hostigado en el trabajo; al extrapolar, serían 52,2 millones de personas Workplace Bullying Institute. Además, 69 % opina que la falta de respeto de figuras públicas contagia malos tratos dentro de las empresas, ligando cultura política y clima laboral.
En la Argentina, las denuncias formales por acoso laboral subieron 30 % el último año, con las mujeres como 70 % de las víctimas MDZ Online. El patrón se repite: jerarquías rígidas, gritos “motivacionales” y la lógica “así se hacen las cosas acá”, donde el verticalismo se confunde con eficiencia.
4. ¿Por qué parece haber más jefes autoritarios?
No es solo una sensación. Un estudio de Pew Research en 24 países halló que un 31 % de los encuestados avala sistemas donde un líder fuerte decide sin controles Pew Research Center. En paralelo, artículos recientes de Forbes destacan el auge de liderazgos agresivos y su doble filo: obtienen resultados rápidos pero erosionan la salud mental y la creatividad del equipo Forbes.
Esa “normalización” del autoritarismo político y mediático termina filtrándose al management. Así, el bullying laboral no es solamente un problema de recursos humanos; es reflejo de una cultura más amplia que valora la dominancia antes que la empatía.
5. Reflexiones y acciones
- Reconocer patrones. Ver la línea que une al chico que empuja en el tobogán con el jefe gritón ayuda a entender que el fenómeno es evolutivo, no episódico.
- Datos para visibilizar. Sin estadísticas, se naturaliza el “y bueno, siempre fue así”. Publicar números –aunque incomoden– obliga a políticas públicas y empresariales.
- Educar en habilidades socioemocionales. Niñas y niños que aprenden regulación emocional y resolución pacífica reducen la probabilidad de perpetuar violencia.
- Herramientas de denuncia seguras. Tanto en la escuela como en la oficina, canales confidenciales y protocolos claros disminuyen la impunidad.
- Cultura de liderazgo responsable. Lidiar con objetivos exigentes no implica abdicar del respeto. Modelos colaborativos (servant leadership, liderazgo distribuido) muestran mejores métricas de compromiso y salud.
En definitiva, el bullying no se queda en el aula ni termina cuando firmamos contrato: muta, cambia de piel y se cuela — si lo dejamos — en cualquier rincón donde alguien tenga poder sobre otra persona. Ponerle nombre, medirlo y contarlo en voz alta es el primer paso para frenarlo: sin estadísticas la violencia se vuelve anécdota; con datos se vuelve agenda. Y ojo, abrazar un liderazgo basado en el respeto no es gesto “blando”, es estrategia de largo plazo: equipos sanos producen mejor y duran más.
Lo aprendí en carne propia: hablarlo no quita el dolor, pero sí le quita el silencio que lo alimenta. Porque si algo nos enseñó la calle cordobesa es que lo que se barre debajo de la alfombra no desaparece, se hace bulto; y tarde o temprano, alguien termina tropezando. Mejor levantar la alfombra hoy que seguir tropezando mañana.
Comentarios por lleox