Reflexiones sobre vínculos humanos en tiempos de ruido digital

Vivimos tiempos donde la conexión humana parece estar en crisis, a pesar (o quizás por causa) de estar más conectados que nunca. Las redes sociales, los algoritmos y las frases motivacionales tienden a reforzar una idea muy seductora: “primero vos, después el resto”. Pero… ¿y si en esa lógica del “yo primero” estamos perdiendo la esencia misma del amor?

Este texto inaugura una serie sobre la bilateralidad en las relaciones humanas. Hoy, empiezo por el amor de pareja.


El amor no es una calle de sentido único

La bilateralidad no es una palabra de moda. Es un principio profundo: las relaciones reales —esas que nos transforman— se construyen entre dos libertades. No se trata de “dar para recibir”, sino de elegirnos desde el respeto, la conciencia y la mutua evolución.

Erik Erikson, uno de los padres de la psicología del desarrollo, habló sobre la etapa de la adultez temprana como el momento en que debemos resolver la tensión entre intimidad e aislamiento. Pero autoras como Carol Gilligan y Nancy Chodorow complementaron su visión: nos recordaron que para muchas personas, especialmente mujeres, la madurez no pasa por separarse del otro, sino por aprender a vincularse sin dejar de ser.

Y desde otras latitudes, Sudhir Kakar, en la tradición hindú, nos recuerda que el crecimiento también puede ser guiado por el dharma, los vínculos, los deberes, la comunidad.


Amor maduro: ni necesidad, ni salvación

Muchas veces buscamos en el amor una respuesta a nuestras carencias, un refugio emocional, o incluso una forma de redención personal. Creemos —consciente o inconscientemente— que si alguien nos ama, entonces valemos. Esta idea, profundamente arraigada en la cultura romántica occidental, transforma al amor en una promesa de salvación individual, cuando en realidad debería ser una experiencia de encuentro mutuo.

Erich Fromm, en El arte de amar, fue claro al distinguir dos maneras de amar: una que nace del deseo de poseer y llenar un vacío, y otra que surge de la plenitud, del acto de dar, de compartir. El amor inmaduro dice: “te necesito porque te amo”. El maduro dice: “te amo porque te elijo, no porque te necesite”.

Eso no significa que amar sea una experiencia aséptica, sin deseo ni apego. Significa que el otro no viene a completarnos ni a rescatarnos: viene a caminar con nosotros. Y viceversa. En el amor maduro, no nos fundimos en una sola identidad, ni buscamos anular nuestras diferencias, sino que aprendemos a habitarlas con respeto.

Amar maduramente implica aceptar que el otro es un mundo —no un espejo, ni una herramienta de realización personal—. Requiere coraje para ceder el control, escuchar lo incómodo, y sostenerse en medio de la transformación mutua.

Porque el amor que salva no es el que “cura nuestras heridas”, sino el que acompaña nuestro proceso de sanación sin intentar reemplazarlo.


El apego no es el enemigo

Se habla mucho de “desapego”, casi como si amar fuera un acto de indiferencia espiritual. Pero eso es una distorsión.

John Bowlby, creador de la teoría del apego, lo expresó mejor que nadie:

“El apego no es sinónimo de dependencia patológica. Es la base de la seguridad emocional sobre la cual se edifica la autonomía.”
(Bowlby, 1969)

Apego no es posesión. Es presencia que acompaña sin invadir, que sostiene sin retener. La bilateralidad en el amor se construye ahí: cuando estar juntos no significa dejarnos de lado.


Redes sociales y el espejismo del “yo primero”

El discurso digital actual tiende a simplificar. Nos vende que todo vínculo debe hacernos felices, y si no, se descarta. Nos convence de que es mejor priorizar la autoestima antes que atravesar el conflicto. Y sin embargo, como dice Qi Wang, nuestra identidad no se forma en el vacío: se construye en relación.

No todo lo que incomoda en el vínculo está mal. A veces, es señal de que estamos vivos, de que estamos creciendo. La mutualidad implica conflicto, negociación, escucha.


¿Y si amar fuera elegir cada día?

El amor de pareja no es un logro ni un destino. Es un diálogo continuo, una danza entre dos personas que se saben distintas pero deciden co-crear una historia común.
Implica reconocerse, sostenerse, y también transformarse juntos.

Lejos de fórmulas y frases hechas, el amor real es un territorio donde la bilateralidad no es opcional: es el suelo mismo donde ese vínculo puede echar raíces.


Bibliografía sugerida

Si querés explorar más, estos autores ofrecen marcos valiosos para reflexionar sobre el amor y la identidad:

  • Erikson, E. H. – Childhood and Society
  • Bowlby, J. – Attachment and Loss
  • Fromm, E. – The Art of Loving
  • Gilligan, C. – In a Different Voice
  • Chodorow, N. – The Reproduction of Mothering
  • Kakar, S. – The Human Life Cycle
  • Wang, Q. – The Autobiographical Self in Time and Culture
  • Benjamin, J. – The Bonds of Love
  • Wong, P. T. P. – Second Wave Positive Psychology

Gracias por leer. Si esta reflexión te dejó pensando, me encantaría saberlo.
Seguiremos explorando la bilateralidad en otros vínculos: amistad, familia, trabajo, comunidad.

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